martes, septiembre 19, 2006

Arando surcos de un nuevo devenir

Miramos la realidad desde nuestra visión política, y por lo tanto, la historia que desencadena el Chile de hoy la vemos desde la derrota del proyecto revolucionario chileno, derrota que supera la desarticulación de los referentes de la izquierda revolucionaria, y que apunta hacia la instauración de un nuevo patrón de acumulación, un capitalismo ya prácticamente globalizado, el sistema económico neoliberal. El establecimiento de este modelo solo fue posible a través de diversos mecanismos.
    La separación entre lo político y lo social transformó la política en un juego entre elites. Los partidos políticos terminan por constituirse como corporaciones cerradas entorno a la disputa de cargos dentro del Estado, dejando de lado las pugnas ideológicas y programáticas. Por esto no es extraño ver que al electorado se le pide dirimir por personalidades más o menos carismáticas y no por proyectos políticos que apunten hacia la conservación o transformación de lo económico-social. Así esta democracia se constituye como un espacio donde no se pone en juego la continuidad del modelo, criminalizando a todos aquellos que luchamos, fuera de la política tradicional partidista, por la transformación de nuestra realidad. El discurso del apoliticismo se plasma en aquellos que deberían ser el sustento de la democracia que se enarbola desde arriba, la reducción de la participación a un voto le permite al modelo mayor gobernabilidad y en los electores va produciendo una apatía frente a lo político. Como ésta ya no es la matriz central desde la que se configuran identidades individuales y colectivas, se produce una fuga hacia lo sociocultural, explotando en múltiples particularidades atomizadas.
    La desarticulación social, entendida como la ineficacia o inexistencia de lazos comunitarios, en los que el sujeto se representa como parte constitutiva e influyente de un todo, es un fenómeno que se expresa en el desmantelamiento de las formas organizativas del pueblo, desde las juntas vecinales hasta los sindicatos. El discurso oficial de la dictadura sobre la guerra interna, hace que cualquiera pueda ser un sapo, un traidor, un enemigo; luego, en la democracia concertacionista, se va transformando paulatinamente desde la guerra hacia la delincuencia. También hacen irrupción nuevos valores como el individualismo bajo nuevos patrones de integración social como el consumo, que hacen de la competencia la relación social predominante. Así “el otro” será un personaje siempre bajo sospecha.
    En este escenario entendemos el campo popular, que concretamente es el sector dominado, oprimido y explotado de este país. Las relaciones sociales jerárquicas y la distribución desigual del poder social traen consigo esta dominación, un deber obedecer por parte de un sujeto con respecto a otro. La opresión la entendemos en cuanto la privación de los derechos fundamentales para la vida (vivienda, salud, educación, etc.). Y la explotación como la transferencia de la plusvalía hacia el capitalista, este concepto que es acuñado por Marx puede reducirse en que el empresario gana más que tú con tu trabajo, y por lo tanto, esta quitándote algo por lo cual él no ha trabajado, se enriquece a costa tuya.
    A partir de esto se levanta entonces nuestra crítica a la totalidad del sistema, cada uno de estos conceptos apunta a formas de entender las relaciones humanas que atraviesan toda nuestra sociedad, se pierde así la conciencia del ser humano como productor de su realidad, se naturaliza la historia y aparece un discurso que mira como ingenuidad todo intento de transformación.
    La construcción desde y hacia el campo popular es la práctica de esta crítica, es el espacio donde son más evidentes estas relaciones y donde el modelo económico, social y político golpea más fuerte. Para nosotros es fundamental entender que sólo a partir de una crítica a la totalidad es posible la transformación real de nuestra realidad, sino es tan solo una fachada bonita para una casa que esta mal construida desde sus cimientos.
    Una revolución entonces no empieza ni termina con un fusil en las manos, no se agota en un panfleto, un discurso o un rayado, y por supuesto debe trascender los periodos de agudización de conflicto (por ejemplo las movilizaciones). Un proceso revolucionario transforma día a día su cotidianidad a partir del ejercicio del poder popular, que no es nada más pero tampoco nada menos que el ejercicio conciente y autónomo de cada uno de nosotros, como pueblo, como sujeto colectivo, en la construcción de nuestro destino. Por ello es fundamental la construcción valórica en este proceso, la que nace a partir de la oposición a la dominación, la opresión y la explotación, que va asegurando la permanencia de lo avanzado, en tanto contribuye a dejar fuera aquellas actitudes que impiden reconocernos como hermanos, sujetos que transitan juntos por un mismo camino.
    Así desde este lado de la realidad, desde esta visión, nos organizamos, lo hacemos porque es necesario y porque es nuestra mejor arma. Y lo hacemos desde un colectivo en la universidad porque permite la reconstrucción del tejido social en nuestros espacios, reconstrucción a partir de relaciones cotidianas distintas que posibiliten apoderarnos de nuestro entorno, de nuestras vidas. Y lo hace a través de una estructura no jerarquizada, donde cada uno de sus miembros es responsable de su espacio organizativo. Además es autónomo porque no responde a intereses que van más allá de los definidos por la propia organización y autogestionado pues los recursos materiales son obtenidos a partir de nosotros mismos. De esta manera permite además la reflexión y formación en cuanto al quehacer político, en especial en un proceso de transición, transición que se produce desde la crítica a los antiguos referentes de la izquierda hacia las nuevas teorizaciones y prácticas que exige hoy nuestra realidad. El colectivo entonces como organización local busca establecer vínculos comunitarios en su territorio con el fin de producir las condiciones necesarias para el ejercicio del poder popular. Y esto se logra en cuanto se reconoce la necesidad de la articulación entre los distintos sectores que se organizan desde sus territorios para la transformación radical de la sociedad.
    La universidad actualmente es un espacio de la elite para reproducir la máquina social, tanto técnica como ideológicamente, generando profesionales potencialmente aptos para integrarse sin incidir en la sociedad. Se constituye entonces como un espacio separado de ésta, en cuanto no existe un libre acceso tanto al espacio físico como al conocimiento producido ahí para aquellos que no son universitarios, también en el sentido que responde a necesidades de mercado más que a necesidades reales del país. Además del estatus que se adquiere como “universitario” pensado utilitariamente como un valor agregado para el futuro trabajo y sueldo de un individuo.
    Todo lo anterior es una negación al rol que concebimos que ella debiera ocupar en la sociedad. Siendo este el de un espacio donde debiera confluir la sociedad en torno a las ciencias y las artes, desarrolladas en función de las necesidades de nuestro pueblo.
    Entonces la pregunta necesaria es ¿Cómo construir en la universidad? Una de las características llamativas, hoy en día, es la homologación simbólica de las diferencias de clase al interior de la universidad - la que siempre será artificial -. No importa mucho desde donde se venga a nivel de discurso, puesto que todos somos compañeros, estudiantes. Aquello, produce condiciones favorables para la existencia de relaciones más o menos igualitarias, las que facilitan el trabajo político puesto que es necesario una red social en forma para generar organización, así como también para la configuración de un actor social capaz de impugnar a la sociedad con propuestas transformadoras.
    Siendo un sector que regularmente se moviliza en torno a sus demandas económicas frente al Estado, debe para nosotros tener la claridad de apuntar hacia la totalidad del modelo, sólo si sus demandas particulares se dirigen hacia una transformación radical de la sociedad, se cambia la lógica gremial que impide la unión de los diversos sectores organizados hoy en nuestro país.
    Para constituirse entonces como un actor social relevante para nuestros fines, el sector estudiantil debe tener identidad de grupo, oponerse al estado actual y mirar a la totalidad, articulándose con otros sectores, buscando la razón de su malestar. Articularse porque el poder dominante no se encuentra centralizado en un único lugar, se disputa en campos diferenciados, siendo necesario atacarlo desde los distintos frentes. De este modo el movimiento estudiantil puede llegar a constituirse en lo que aspiramos. La tarea hoy desde este espacio, como primer paso de un largo trayecto, es abrirlo, destruir esta división imaginaria entre universidad y sociedad, a la vez que reconstruimos comunidad conciente que ejerza poder local. Un poder que cuestione esta realidad y busque nuestra verdadera libertad, la justicia y la igualdad.
    Apropiarnos de nuestra realidad y destino, es hoy encontrarnos en la lucha y organización cotidiana, es reconocernos rebeldes y activos, comprometidos con el periodo que nos toca vivir y llenos de ganas de transformarlo, aportando nuestras manos a la construcción de sendas libertarias del pueblo y para el pueblo, transformando nuestra rabia en un aporte a esta gran lucha que día a día nos convoca.

CONSTRUYENDO ORGANIZACIÓN
ARAMOS SURCOS DE REBELDÍA Y ACCIÓN